viernes, 23 de octubre de 2009

"El asceta"

(fotografia pendiente de configurar)


Asoma por el páramo desnudo
la opaca claridad del día
cuando el asceta desde su nicho
saluda a un nuevo amanecer sin sol.

Su cuerpo enjuto se alza
entre nieblas de grises cenizas
de una lumbre que agoniza
mientras da comienzo su oración.

¡Dios, que me hiciste esclavo
de esta carne pecadora!...
¡Dios, aleja de mí el engaño!
¡Líbrame de la tentación!

Suena un tronar poderoso
que el anacoreta interpreta
y alzando en su mano el flagelo
se disciplina en mortificación.

¡Mundo de insensatos placeres!...
¡Debilidad humana!... ¡Corrupción!...
exclama, y ciñe más su cilicio
para alcanzar mejor el perdón.

¡No mas lujurias carnales!
gime crispando los ojos,
mientras en su piel polvorienta
aplica la brasa de un rojo tizón.

¡Gula, que embotais los sentidos!...
¡Apetitos nefastos que alejais de Dios!...
y estruja así su último guisante
culpable simbólico de su perdición.

Y para nunca olvidar el destino
de su mísera y mortal condición
abraza ahora la pulida calavera
siempre omnipresente en su rincón.

¡Y más tierra en los cabellos!...
¡Y más azotes en los costillares!...
¡Y más las rodillas descarnadas!...
Así, hasta la puesta del sol...

Y como siempre, al fin del día aparece
la misma señal sin excepción:
¡Un Dios incomprendido llora,
y llueven lágrimas de compasión!

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